Al fin en mi ciudad, lejos de todas esas esquinas donde nos solíamos besar.

Acá, donde no me duele tanto caminar, ni me cuesta respirar; las cuadras son inmunes a los recuerdos y las esquinas no están colmadas de fechas.
Acá, que puedo olvidarme el gusto de tus labios y arrancarme de una vez por todas las marcas de tus manos, que las luces de la noche opacan tus ojos y que el ruido silencia tu risa.
Acá, no paro de caminar. Buscándote en cada paso que doy, en cada lugar donde voy.
En el fin de la ciudad, al borde del malecón, donde el río turbio golpeaba con fuerza y me salpicaba los pies. En mi cabeza empezó a sonar una canción; la boca me tembló, y la vista se me nublo. Cerré los ojos.
Ahí, te encontré. Te pensé. Y al fin recordé: “Tendría que morir y volver a nacer para que ella me quiera”
Ahí, me sentí capaz de cualquier cosa por vos, incluso morir y volver a nacer.
Acá, ahí, donde sea. Pero con vos.